lunes, 31 de julio de 2017

El Camino



El Camino

El año pasado, por estas fechas estábamos haciendo El Camino. El de Santiago por supuesto, que es el camino por antonomasia. Aunque camino, cada cual tiene el suyo propio vaya donde vaya.
¿Las razones por las que nos decidimos a ir? No hay razones. Habrá motivaciones, variadas desde luego. Mezcladas por supuesto. En el alberque de Ponferrada, donde empezamos a andar, al cumplimentar la hoja de inscripción nos preguntaban por motivaciones religiosas, deportivas, turísticas, culturales, ... pues un poco de todo.



Es una tarea sencilla. Sólo hay que andar. Algo que hacemos habitualmente. Pero cambia radicalmente la experiencia cuando lo que haces durante la mayor parte del día es precisamente eso: andar.
Antes de amanecer te cargas la mochila, acudes a un bar para desayunar bien, y vas siguiéndoos las vieiras, o las flechas amarillas y las sutiles marcas en el suelo. A veces no hace falta nada más que andar y seguir a otros peregrinos que a diferentes ritmos te saludan al pasar.
A cabo de los días no fueron llamando la atención muchas situaciones, las actitudes de las gentes y por supuesto el tiempo y los paisajes.
Desde luego resulta admirable que en un pabellón utilizado a modo de refugio por una multitud durante la noche no se oigan voces, ni discusiones, y cosa más llamativa aún, que a la mañana siguiente cuando vuelve a quedarse vacío esté tan limpio como al principio. Sin necesidad de que hubiese nadie encargado de ello. Todo era buena educación, cortesía y buenos modales.
Es más, en las conversaciones que se entablan tanto aquí como a lo largo del sendero, la primera pregunta se refiere a ¿dónde has empezado? y después de intercambiar impresiones diversas sobre la subida a Cebreíros o al fuerte chaparrón del día anterior, se pasa a hablar de la procedencia de cada uno. Como en realidad importase muy poco de dónde vienes y a dónde vas. Si no más bien, ¿qué tal vas?
 



Somos de los menos madrugadores, cuando salimos ya está todo despejado. Aún no ha amanecido y en las calles están abierto los bares desde las seis de la mañana para ofrecer el desayuno al peregrino




¿No hay esquinces, ni torceduras? ¿Qué tal la etapa de ayer?
-En el próximo pueblo preparan un pulpo riquísimo.
-Algo antes de llegar a ese pueblo hay una pequeña ermita románica que es poco conocida, pero merece la pena.
-Ah, pues allí pararemos a descansar y dar una vuelta.
-Vamos bien de tiempo y esta etapa parece más cómoda.
De día en día la mochila pesa más. Pero ya estamos tan acostumbrados a ella que cuando la sueltas parece que pierdes del equilibrio natural del cuerpo.
Si de alguna forma hacer el camino es una gran oportunidad para aprender no sería nada despreciable esta de considerar cuántas cosas innecesarias llevamos a cuesta en la mochila de nuestra vida.
Distinguir lo conveniente, de lo necesario o de lo imprescindible nos ahorraría mucho esfuerzo y disfrutaríamos mucho más de cada detalle de nuestra existencia. Pero eso, como dice mi hija pequeña, no se estudia. Simplemente se sabe o no se sabe.
Terminamos la mañana rotos, llegamos jadeantes al alberque o al pabellón deportivo para tirar las cosas en cualquier rincón y salir ligeros al restaurante más próximo a devorar el “menú del peregrino”. Un menú austero pero de calidad, sin lujos pero abundante, con esa agradable atención que saben ofrecer los gallegos como si te conociesen de toda la vida.
Después de comer a veces más que echar una ligera siesta, te tiras al suelo, para no tener que luchar más contra los desniveles interminables de este terreno.
La tarde es muy agradable. Con las chancletas, sin mochila, sin prisa, con curiosidad y con ese aire característicos de los peregrinos y la simpatía que se despierta entre ellos paseas por el pueblo casi como un vecino más.
Te tomas un café tranquilamente, compras algo ligero para una sencilla cena fría y pasas el tiempo de charla con unos y con otros.
La noche en los pabellones deportivos pasa como si estuvieses en una gran estación de tren o en un aeropuerto. No deja de entrar y salir gente. Eso sí, casi sin que se note.
 



Hay que salir abrigados, a sabiendas de que en un par de horas habrá que cambiar el abrigo por el chubasquero.
Es agosto, pero aquí amanece más tarde y entre brumas y nubes el sol se hace de rogar. Enseguida aprendemos que es de agradecer que así sea, pues los ratos que ha estado el sol fuera resulta más pesado el calor para andar.
Esta mañana ha sido preciosa, durante más de una hora casi no veíamos a nadie por todo el camino. Un bosque espeso con los troncos de los árboles cubiertos de musgo. Las piedras rezumando agua. Ese intenso aroma a hierba fresca mezclado a veces con los agrios vapores del heno fermentado tan diferente a lo que estamos acostumbrados...




Entiendo que por aquí crean en las meigas o cualesquiera otros seres fantásticos y misteriosos. El ambiente se presta a ello. La armonía sonora la pone también el agua en el eco profundo del arroyo que no llega a distinguirse en la espesura.
Encorvados. Manteniendo el ritmo para no desfalleces. Sin hablar, cada uno con sus pensamientos y sus sensaciones. Por momentos te sientes inmerso en el terreno, impregnado del paisaje. Envuelto por el coro de las hojas al roce del viento y de las torrenteras entre rocas no necesitas nada más.
No hace falta nada. Sólo andar. Andar.
Se abre el horizonte. Llegas a lo alto. Delante se abren otros valles. Verdes. Verdes y llenos de contrastes de luz. Las tenues y retorcidas cintas del camino a lo lejos te ofrecen un anticipo de por dónde habrán de transcurrir las próximas horas, o quizá el próximo día.
¿Cómo calcular la distancia? Es la primera vez que pasamos por aquí y resulta complicado calcular las distancias reales y sobre todo la  mella que pueden hacer las cuestas en las piernas.
Incluso aparecen las dudas, el temor de habernos equivocado, de andar perdidos y no saber donde estamos. Pero, a lo lejos como hormiguitas multicolores se distingues otras mochilas, otros chubasqueros. Y enseguida nos van dando alcance los rezagados del día mientras descansamos un poco.
 



Qué alivio. Vamos bien. Es un decir vamos bien orientados y bien cansados. Pero vamos.
-¿Por qué me habré hecho caso de vosotros? Nos grita Rocío a la cara.
-Eso mismo pienso yo, dice Juan Agustín con su socarronería habitual, que desconcierta a más de uno.
-Ahora es cuesta abajo, les digo con cierta malicia, pues sé que las cuestas abajo no son un consuelo sino un castigo. Es cierto resulta más incómodo bajar que subir.
Inolvidable. La subida a Cebreiro resultó inolvidable. Era en los días siguientes la etapa más comentada. Repechos tremendos. Aldeas pequeñas. Y ahora sin bosque protector llegan el viento y la lluvia a darnos una gran lección de ... de lo que cada uno quiera aprender. Humildad ante la fuerza de los elementos. Fuerza de ánimo ante la adversidad. Resistencia a la fatiga y al dolor. Voluntad y tesón ante la desesperación.
Aquí las lecciones están servidas, cada uno aprende como siempre lo que puede y saca las conclusiones que mejor le parece.
Llueve a mares. A pesar del chubasquero llegamos empapados. Cebreíros resulta ser menos que un pueblo, un conjunto de refugios, restaurantes, tiendas de campaña del ejército y Cruz  Roja.
Todos están llenos. Para comer habrá que esperar algo más de una hora. Soltamos las mochilas y hacemos averiguaciones para llegar a Piedrafita, en donde nos han informado de que hay un polideportivos con espacio suficiente para todos.
Con esa habitual falta de concreción nos informan muy amablemente que el autobús para “por aquí cerca”,  llegará “sobre las cinco de la tarde”.
Fue cierto. Llegó.
Sería nuestra primera noche en el suelo. Lo tomamos con buen humos. Claro después de comer y de descansar las cosas se ven de otra manera. Luego viendo las fotos nos preguntaban que donde nos había cogido la riada que estaba tanta gente refugiada en el polideportivo.
A veces nos sorprendíamos a nosotros mismos dispuesto a empezar a andar al día siguiente. Pues si terminábamos rotos... empezábamos destrozados.



Sólo hasta que te calientas. La primera media hora es la peor. Luego te paras haces fotos.
-Mira, una vaca.
-Mira, un árbol.
-A ver saca el mapa y dime cuanto falta para tomar un café y unas tostadas.
-Todavía falta. Coge de mi mochila unas almendras y la botella del agua.
-Pero si no tengo sed.
-Ya. Pero así me aligeras peso.
Entre bromas y veras, verás que van pasando los días y los kilómetros casi sin darnos cuenta.
Ahora, un año después, el cansancio se ha pasado; los recuerdos y las vivencias permanecen.
¿Qué si volveríamos?
Pues sí claro. El problema más grande es el tiempo. Es decir, disponer de tiempo para poder ir. Todo lo demás forma parte de la experiencia.



Tan sobrecogedor como el bosque. Tan admirable como el románico. Tan tierno como la hierba. Así con todos esos calificativos podías adornar las escenas de los más diversos peregrinos que te encontrabas. Familias enteras. Grupos de personas mayores. Jóvenes de todo pelaje. Parejas, entrañables, como aquella en la que nos llamó la atención que la chica, con una rodillera y cojeando se apoyaba en un basta a paso lento, y a su lado, cargado con las dos mochilas iba él, sin prisa, casi sin notar la doble carga.
A aquel hombre entrado en años, con ropaje humilde, zapatos de tela, y un sobrero arrugado. Un hombre que llevaba marcado en sus andares el paso del tiempo. Le encontraba de vez en cuando sin entender cuando habría podido adelantarnos y dónde se alojaba.
Iba sólo. Su semblante parecía no inmutarse por el tiempo ni por el relieve. Mantenía un ritmo y un ánimo constantes. Iba eso sí ligero de equipaje.
Podríamos estar hablando días y días del Camino. Hasta que volvamos. Por supuesto que nos gustaría volver. Sólo hemos hecho una cuarta parte aproximadamente. Pero incluso lo que hemos hecho lo repetiríamos. Es una experiencia muy interesante. Aunque os lo cuente, lo realmente interesante es vivirlo.
˜˜˜
Juan Agustín Ramos Jiménez, Rocío Calzado Montero y José María Calzado Almodóvar.

Peregrino hace alusión a “peligro” (periculum) pero también habla de experiencia y de aprendizaje. El peregrino será aquél que afrontando diversos peligros transforma su experiencia en sabiduría.
Ultreia. Buen Camino.
Xacobeo 2004.

Publicado en la Revista de la Feria de Orellana en agosto de 2005




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